lunes, 15 de noviembre de 2010

Sobre Rodolfo Walsh II

REPORTAJE PUBLICO A LILIA FERREYRA – 28/10/1996



(Introducción del moderador Sergio Morero recordando a Rodolfo Walsh y unas partidas simultáneas de ajedrez): “Me considero un buen alumno de RW, y no el mejor, en cambio a Lilia Ferreyra la considero muy amiga mía”.
  
   Lilia Ferreyra: En realidad yo escribí un texto; no se asusten, que son cuatro carillas y media; porque soy una pésima oradora, y no tengo demasiada experiencia en poder preparar una clase porque no soy docente. De todas maneras les quiero aclarar que yo no soy crítica literaria ni súper especialista en comunicación, y esto es una pregunta que me he hecho a mí misma, en todos estos años. Me han venido a pedir que hable sobre Rodolfo, o contar cosas sobre nuestra vida. Yo he pensado, reflexionado, que el lugar desde donde puedo hablar de Rodolfo tiene que ver con una experiencia concreta, real, de los diez años que compartimos nuestro amor, y no tengo vergüenza en decirlo, que fue amor.
   Lo que escribí es un texto que parte desde el momento en que conocí a Rodolfo; de algún modo también elegí esta manera porque recordé una lección que Rodolfo le dio a su hija Vicky, cuando en el año ’68 le planteó a su padre que quería ser periodista, y había conseguido que en la revista Primera Plana le dieran la posibilidad de hacer una propuesta de nota. Esa es una de las cosas que pone más nervioso a cualquiera, cuando le dicen: “Si, hacéla, pero proponé el tema y nosotros vemos”.
   Vicky viene a casa y le dice a Rodolfo: “¿Qué hago?, ¿Qué tema?, ¿De dónde?”. Para la gente, los jóvenes, o para todos Ustedes, que tienen quizás un enorme interés por muchísimas cosas, la elección supone dejar de lado otros temas. Entonces la respuesta de Rodolfo fue que ella no tenía experiencia periodística, que no tenía un trabajo de acumulación, o de seguimiento de datos, o de información sobre algún tema, entonces que lo eligiera buscando una conexión afectiva con su propia experiencia de vida. Desde ése lugar iba a poder tener el interés, el acceso a la fuente de información y la posibilidad de poder acercarse y desarrollar ese tema de una manera que para Rodolfo fue casi una pauta en todo su trabajo periodístico, es decir, no el acercamiento superficial a las cosas, si no buscar los significados más profundos.
   Entonces le dijo a Vicky: “¿Porqué no escribís sobre los irlandeses en Argentina?”.
   Rodolfo era de ascendencia irlandesa, su hija, por lo tanto, también; había todo un peregrinaje de tíos, de primos, había muchísimas conexiones. Esto le daba cierta facilidad para la búsqueda de información para una primera nota.
   Bueno, por esa conexión afectiva y desde esa conexión afectiva es que he escrito esto que voy a tratar de leer tranquila, porque me conmueve, es cierto, y después hablamos.
Lilia Ferreira y Walsh
  
   “Conocí a Rodolfo en 1967. Hacía un año que había llegado desde Junín para estudiar química. Trabajaba en el laboratorio de una fábrica y vivía en una pensión; y todos los meses, al cobrar mi sueldo, me compraba un libro o me iba a comer a un restaurante con mantel en la mesa.
   En Junín había cursado un profesorado en Literatura y me interesaban los nuevos escritores argentinos, así que en esa semana de ese año 1967, entré en una librería de la calle Corrientes y me compré Un kilo de oro, un libro de cuentos de Rodolfo Walsh, sobre quien había leído una crítica elogiosa en alguna revista.
   Sentada en un café con mi nuevo libro entre las manos, se me acercó un amigo y me señaló a un hombre que fumaba y leía en otra mesa: ‘¡Ese es Walsh!’.
   Vi su perfil: La incipiente pelada como tonsura de monje, el marco negro de sus anteojos, la concentración de su lectura y el gesto de divertida sorpresa con que me miró cuando ese amigo le pidió que autografiara mi libro.
   Se paró, y me sorprendió que sólo alcanzara poco más del metro setenta de estatura, porque su talle largo presagiaba piernas más largas.
   Salió rápido, y me saludó de soslayo con una sonrisa. Después supe que estaba en infracción: Poco tiempo antes se había separado de su tercera mujer, Pirí Lugones, quien siguió siendo una de sus mejores amigas y compañeras de aquellos años, asesinada por la dictadura en 1978. En el acuerdo de una separación sin bienes gananciales, se habían repartido los cafés de la calle Corrientes; los de la vereda izquierda hacia el río eran de Pirí, y a Rodolfo le correspondían los de la derecha.
   La tarde en que lo conocí, Rodolfo había cruzado la calle hacia el café prohibido.
   Al mes siguiente, y siguiendo con el ritual del cobro de mi sueldo, fui a un restaurante con manteles, y ahí estaba nuevamente Rodolfo. No por rituales como el mío, sino por costumbres de hombre que vivía sólo en un pequeño ambiente con kitchenette, y me invitó a compartir su mesa.
   El quería conocer a su joven lectora, y con ese interés por la historia de vida de la gente, empezó a escuchar mi pequeña historia y a descubrir hilos cruzados con su propia vida. Su madre y sus tíos también habían vivido en Junín llevados, como muchos irlandeses, por los trabajos en los talleres del ferrocarril Buenos Aires al Pacífico que habían construido los ingleses. Su tío Willy había sido maquinista como mi abuelo, y se había ido a Europa para alistarse con los aliados en la Segunda Guerra Mundial, de donde nunca regresó.
   A Rodolfo le interesaban las migraciones de la gente, el ir y venir por nuevos territorios, la aventura de conocer otras formas de vida, las razones que podían impulsar esos cambios. Su propia vida había estado signada por esos cambios.
   Había nacido en la isla de Choele Choel, Río Negro. Descendiente de una familia de irlandeses, vivió sus primeros años en el sur de la provincia de Buenos Aires, donde su padre era mayordomo en una estancia, junto a sus tres hermanos varones y una hermana, quien luego sería monja.
   En 1937 ingresó como pupilo en un colegio irlandés para huérfanos y pobres. Es el escenario de sus cuentos del ‘ciclo de los irlandeses’: Irlandeses detrás de un gato, Los oficios terrestres y Un oscuro día de justicia. La primera vez que fui a su casa, me leyó el borrador de ese cuento. La última página estaba aún todavía en la vieja Underwood negra con la que escribía; sentí la emoción en su voz al leer los párrafos finales de esa historia del pequeño Collins y su tío Malcolm quien vino a pelearse a puñetazos con el celador Gelty para salvar a su sobrino del dolor y la humillación. Fue derrotado, y quedó como un héroe tendido en la mitad del camino.
   Pregunté: -¿Quién era Malcolm?, ¿Perón y el avión negro del ’64?, ¿El Che Guevara?-                           -Podría haber algo de ambos- Respondió, pero a él le interesaba la esperanza que muchos hombres podían depositar en un solo hombre para animarse a enfrentar la adversidad, aunque cuestionaba esa concepción mítica del  héroe.
   Como dijo años después de Ricardo Piglia, creía que este cuento era el pronunciamiento más político de toda la serie de los  irlandeses, y muy aplicable a situaciones concretas nuestras: Al peronismo y a las expectativas revolucionarias que aquí se despertaban, o se despertaron, con respecto a los héroes revolucionarios; inclusive con respecto al Che Guevara, quien murió en esos días.
   Su reflexión sobre la posibilidad de una elección individual, la fuerza y una causa colectiva, el líder y el proceso histórico que lo gesta, la vanguardia y el riesgo de convertirse en patrulla perdida, fue constante en todos esos años.
 Creo que por la connotación política que tiene, y por la íntima conexión entre la escritura y su vida, el cuento Un oscuro día de justicia anticipa el rigor crítico con el que Rodolfo asumía su compromiso militante y refleja algunas claves de los cambios que se estaban gestando.
   En 1967 se abre un nuevo rumbo para Rodolfo y para muchos de sus amigos, que en realidad eran muy pocos. En diciembre de ese año viajó a Cuba para participar, junto con Paco Urondo, Ricardo Piglia y otros intelectuales argentinos, en el congreso internacional que se realizó en La Habana en enero de 1968.
   Regresó por Europa, que no conocía, y al llegar a Madrid consiguió una entrevista con Perón, al que tampoco conocía; creo que a través de Jorge Antonio, porque en 1970, al pasar otra vez por Madrid rumbo a La Habana, fuimos a la casa de Jorge Antonio,  donde tenía una foto del Che colgada en la pared detrás de su escritorio, para que gestionara una nueva entrevista con el General. Pero esta vez no tuvo éxito; al día siguiente sonó el teléfono en la habitación del hotel y escuché una voz muy finita y muy amable que preguntó por el señor Walsh. Era José López Rega, quien quería transmitir las disculpas del General por no poder recibirlo. Los tiempos habían cambiado vertiginosamente.
   Pero vuelvo al ’68 –y cuando voy escribiendo esto siempre voy saltando imágenes-.
En ése año Puerta de Hierro era un lugar más tranquilo, y Perón también quería conocer al autor de Operación Masacre. Al terminar la charla, en la que la voz de Perón ocupó todo el tiempo (‘Domina el arte de la conversación’, dijo Rodolfo),  el General le presentó a Raimundo Ongaro, secretario general de la Federación Gráfica Bonaerense, y le propuso un nuevo encuentro en Buenos Aires, para que participara de lo que después se llamó la CGT de los Argentinos.
   En marzo del ’68 Rodolfo entró por primera vez a la sede de Paseo Colón 731. Iba casi todos los días, estaba impactado por ese encuentro con el mundo sindical, de la militancia peronista de aquellos años. Lo conmovía el entusiasmo, la decisión de esos hombres y mujeres, la contundencia de los discursos, sobre todo la deslumbrante oratoria de Ongaro, que recogió en su grabador para colaborar en la redacción del programa del primero de mayo.
   Pero algo lo preocupaba, sabía que estaba iniciando un camino que le iba a absorber casi todo su tiempo y nuevamente iba a tener que postergar su proyecto de escribir la novela que nunca escribió.
   Una tarde volvió a casa entusiasmado con la posibilidad, que le había planteado Ongaro, de hacer un periódico: ‘Para saber cómo hacerlo –le dijo- necesito a dos amigos’. Eran Rogelio García Lupo y Horacio Verbitsky. Con Rogelio se habían conocido en 1945 en un acto de la Alianza Libertadora Nacionalista, agrupación a la que pertenecieron siendo muy jóvenes, y por muy poco tiempo. Años después compartieron en La Habana la fundación de la agencia Prensa Latina, y cuando Rodolfo investigó el caso Satanowsky, Rogelio colaboró con él en la comisión parlamentaria que se constituyó para seguir el caso.
   Con Rogelio compartía la complicidad de divertirse imaginando situaciones inverosímiles, una cierta tendencia a la desmesura, como la de Mauricio, su personaje del cuento Fotos, que rebotaba contra los límites del mundo; y que lo haría a Rodolfo ser bautizado como Capitán Delirio por un amigo.
   Aceptó el apodo de Capitán. Uno de sus proyectos, si la época lo permitía, era tener un lanchón con un castillito de popa, para que viviéramos navegando por el Delta transportando cargas; pero no le gustó lo de Delirio: ‘Soy sólo un hombre que se anima, quizás un poco más que otros’.
   A Horacio lo había conocido un par de años antes, y le había sorprendido la inteligente rapidez de ese joven de poco más de veinte años, y el conocimiento que tenía de todas las facetas del oficio periodístico que Rodolfo no dominaba. Su única experiencia en una redacción había sido en la agencia Prensa Latina. Así que una tarde entró Horacio al pequeño ambiente de la calle donde vivíamos, que entonces no se llamaba Perón, con su hijo de año y medio en brazos.
   Rodolfo no necesitó explicar demasiado el proyecto para que Horacio se pusiera a hablar de diagramación, papel, tipografías y de todo aquello que se necesita para hacer un diario y que yo escuchaba por primera vez.
   Lo que nunca escuché, ni esa tarde ni en los meses que siguieron, y a ninguno de los compañeros que colaboraron en el semanario CGT, fue hablar de dinero ni de cargos políticos para compensar el tiempo que demandaba. Sí  largas y a veces muy alteradas discusiones políticas que se prolongaban en alguna pizzería de Paseo Colón. Indudablemente, era otra época.
   Quizás era mas fácil sobrevivir, porque es mas fácil despojarse cuando una causa le da sentido, pero Rodolfo era de esos hombres que siempre encuentran una causa, un interés y un compromiso con la época en que viven.
   En el semanario CGT escribió la serie Quién mató a Rosendo, donde investigó la  responsabilidad del entonces secretario de la UOM (Unión Obrera Metalúrgica), Augusto Vandor, en la muerte de dos militantes peronistas de base, Blajaquis y Zalazar, y de un dirigente de la UOM durante un tiroteo en una pizzería de Avellaneda. Para esta investigación Rodolfo escuchó, durante largas horas, las historias de vida de los hermanos Rolando y Raimundo Villaflor, integrantes de una familia de luchadores peronistas, que lo ayudaron a tener una comprensión más profunda de las contradicciones de esa lucha.
   ‘La norma es tener fe en los hechos, que siempre superan las expectativas’, había escrito años atrás para un proyecto de investigación. Le interesaba conocer quienes eran las víctimas y los victimarios para no describirlos desde esa única identidad.
   En la reconstrucción de los hechos que investigó quería escribir sobre la trayectoria que había llevado a esos hombres a la fatalidad de un enfrentamiento; y también conocer las razones políticas que lo habían generado. El libro con esta investigación se publicó en 1969 e incluye un trabajo sobre el vandorismo, la corriente sindical que lideró Augusto Vandor desde la CGT Azopardo, que enfrentaba a la CGT de los Argentinos, que conducía Raimundo Ongaro.
   ‘Escribir es escuchar’, dijo alguna vez. Esta actitud de Rodolfo es un rasgo más de la coherencia entre sus palabras y sus actos, de los que fui testigo durante los diez años que compartimos hasta que nos separó su muerte.
   Así escuchaba y grababa a los compañeros de la CGT de los Argentinos para después escribir las notas en el semanario CGT, así escuchaba y grababa a los compañeros de la Villa 31 para escribir el Boletín Villero, así escuchó y grabó al coronel Moori Koenig para escribir el cuento Esa mujer. Así escuchó, en 1956, ‘Hay un fusilado que vive’, y Operación Masacre cambió su vida.
   Corrector de pruebas, traductor, criptógrafo, productor de cableros, periodista, escritor y militante político; no es posible resumir en pocas páginas su vida, atravesada también por el dolor de la muerte de su hija Vicky y de muchos de sus amigos.
   Riguroso, inteligente, solidario, empecinado y obsesivo; los oficios terrestres de Rodolfo dibujan una trayectoria iluminada por la coherencia de sus ideas, de sus actos y su obra.
   Murió el 25 de marzo de 1977, al enfrentarse con un grupo operativo de la ESMA que intentó secuestrarlo. Tenía 50 años.”
     Yo sigo escribiendo sobre estas cosas, pero esto es un pedacito.

(MORERO INDICA PREGUNTAS O COMENTARIOS)

   Pregunta: (Sobre la decisión de RW de no caer vivo ante los represores).
  
   Lilia Ferreyra: En realidad es la mitad de una decisión. La decisión, que era la pelea nuestra de los últimos tiempos, era encontrar todos los intersticios posibles para poder vivir. Y es por eso precisamente que Rodolfo, a fines del ’76, reorganiza lo que iba a ser el proyecto de nuestra vida en los años siguientes.
   Ese proyecto, por eso digo yo proyecto de vida, estaba atravesado por su trabajo literario, su trabajo periodístico, que se iba a canalizar fundamentalmente por lo que él llamaba Cartas polémicas, y un trabajo de reflexión sobre su vida y la de toda una generación.
   La reflexión sobre su vida era lo que había empezado a escribir y él llamaba Memorias; y a esas memorias las había organizado en tres temas: La relación con la literatura, la relación con la política y un tercer tema que él llamaba Los caballos, porque decía que era la dimensión efectiva de su existencia.
   En su relación con la literatura, y lo que había empezado a escribir, recordaba su primera experiencia como narrador. El vivía en el campo con sus padres, y la madre era una mujer que tenía gran interés por la cultura y la lectura. La madre leía muchísimo, el padre no.
   Todos los veranos la madre le leía algún libro, alguna novela. Un verano le lee Los miserables, de Víctor Hugo. Cuando Rodolfo vuelve al colegio, donde estaba pupilo, se enferma. Era chiquito, 8 o 9 años, y lo ponen con los demás pibes en la salita, el hospitalito del colegio.
   Ahí, una noche, empieza a contarles a los otros, engripados, resfriados o vaya a saber que tenían, cada noche un capítulo de las aventuras y desventuras de Jean Valjean.
   Ahí él encuentra una clave de algo como un oficio posible, que era el interés que ese relato despertaba en los otros, y lo que le pasaba a esos otros al escuchar ese relato. Esta es una primera conexión con algo que intuía podía ser uno de sus oficios, que efectivamente fue.
   Ahora, todo esto..., porque yo puedo empezar a hablar y...así que Ustedes vuélvanme al orden, pero tenía que ver con la decisión de no caer vivo y la decisión de la vida. Yo digo que en realidad la decisión de no caer vivo es parte de algo mas complejo, que es el hecho de vivir y una elección de cómo vivir. Ahora, él era absolutamente consciente, porque durante todo el año ’76 acá, por lo menos dentro de ciertos sectores, y en los que nosotros trabajábamos muchísimo, se conocía lo que estaba pasando.
   A partir de los datos que se recibían, a partir de las fuentes de información con que trabajábamos, se pudo conocer los no límites de la represión; como escribió Rodolfo en la carta a la junta militar: “Ustedes han llegado mas allá del bien y del mal, no hay límites en el tiempo ni en los métodos”.
   Esto se conocía, y para Rodolfo, que intuía que con él la represión tenía una factura que venía de muchos años atrás, y que si él caía vivo, se iban a ensañar hasta intentar quebrarlo. Entonces, para él era una decisión de no caer vivo. Aunque resulta paradójico, en todo caso era la última pelea, que quería ganar. Y paradójico resulta decir que se gana cuando se muere, pero creo que Rodolfo tenía razón, que si hubiera caído se habrían ensañado con él.
   Pero no era una decisión de “Yo quiero morir heroicamente”, por eso menciono el cuento Un oscuro día de justicia, con la concepción mítica del héroe que Rodolfo cuestionaba profundamente.
   Incluso cuando él dice, cita casos en que un tipo se animaba más que otros, y otras veces no tanto, no era alguien que hubiera asumido su compromiso militante en función de una gloria individual; era algo complejo.
  
   P: ¿Pero como vivías vos esa decisión?

   LF: La compartíamos. Lo que pasa es que vaya a saber porqué circunstancia o casualidad yo estoy acá, pero podría no estar.

   P: ¿Cómo era su rutina (De RW) de trabajo al escribir; lo hacía a mano, a máquina, prefería la mañana, la noche?. Sé que era muy riguroso, pero me gustaría saber.

   LF: Intentó permanentemente organizarse, y nunca lo logró como hubiera querido. Entonces, ¿Porqué?. Porque decía: “El mejor momento para escribir es a la mañana”; entonces se ponía una mañana pero se presentaba otra cosa y al otro día no podía seguir la misma rutina.
   A él le hubiera gustado, quizás, vivir tiempos más tranquilos y haber podido tener una rutina, en el sentido que el tiempo, que era una obsesión para Rodolfo, fuera productivo sin ser alienante la dedicación al trabajo. Pero en cuanto a los métodos, tengo distintas anécdotas: Una es de una entrevista que tuvo en Madrid con Perón. Estaban los dos solos, Ustedes eran muy jóvenes (N del R.: La mayoría no había nacido), pero para nosotros era algo como muy deseado conocer a tamaño personaje. En la entrevista Rodolfo lo escuchaba, pero con una doble atención. Esto me lo contó, hablamos mucho lo de ese encuentro. Escuchando en varios planos al mismo tiempo, atendiendo la conversación para preguntar o repreguntar, y a la vez observando toda la sala: Adornos, vitrinas, porcelanas, sonrisas, gestos; el ambiente.
   Si bien no era un reportaje, sino una conversación, no estaba con el grabador o tomando nota, era una charla. Pero al salir no le alcanzaban las manos para buscar una libretita para anotar palabras: Que dijo, que no dijo, y con esa libretita llegó al hotel y seguía ampliándola. Luego acá siguió pasando todo en un papel –Eso fue a mano- y después a la máquina de escribir para captar todo lo que había quedado registrado en la memoria y en los ojos de esa situación.
   Con eso quizás podía haber escrito una nota periodística, y Rodolfo era como una especie de péndulo con los temas que tomaba, por ahí entraba en un tema con interés periodístico, y terminaba escribiendo un cuento. Esto está en el cuento Esa mujer,  en ése tenía una entrevista con el coronel Moori Koenig sobre el destino del cadáver de Eva Perón. En realidad esa entrevista era parte de un posible proyecto de investigación sobre el destierro del cadáver; sin embargo, finalmente, Rodolfo resolvió contarlo como narrador y no como periodista.
   Hubo otras historias donde hizo un camino inverso: Por ejemplo, cuando un día del año 1968 llegó Alicia Eguren, que era la mujer de John William Cooke, dirigente del peronismo revolucionario de los años ’60. Llegó a casa y le dijo a Rodolfo que había un tema que él tendría que investigar. Era la muerte, ese tiroteo en la pizzería Real de Avellaneda, un enfrentamiento.
   Era para investigar, para hacer una nota, una denuncia. Pero a partir del conocimiento de los hechos a Rodolfo lo que más le interesaba era hablar con los protagonistas y saber quienes eran, cuál era su historia de vida. El ahí percibió, al hablar con los sobrevivientes del tiroteo, que esto era un tema que iba mas allá de una nota, esto fue en el semanario CGT.
   Una de las primeras cosas que hicimos fue ir a hablar (y grabar) con los sobrevivientes de ese tiroteo, pero al mismo tiempo conseguir el expediente judicial, estudiarlo; porque hay que saber leerlo, con una terminología especial para abogados, y ahí verificar los datos. Por un lado, cuál era la materia para después ordenar una investigación; el conocimiento a través de los sobrevivientes, los protagonistas. Después toda la documentación, que permitía cruzar los datos y poder verificar totalmente las responsabilidades.
   Entonces, por ejemplo, un fin de semana; me acuerdo que nosotros vivíamos en un departamento muy chiquito, de un ambiente, que tenía dos ventanas. Era un sábado al mediodía y entraba el sol por las ventanas, era un día maravilloso.
   Ahí estábamos con el expediente judicial, que tenía el informe del perito balístico, entonces Rodolfo lee el informe y éste no coincidía con los testimonios de los protagonistas. Nos pasamos toda la tarde, ¡El era tan obsesivo!, corroborando el diagrama del perito donde estaban las posiciones de los objetos y personajes y la trayectoria de las balas. Durante toda la noche, con un hilito y un metro, reconstruimos los dos lugares, el de las víctimas y el de los victimarios.
   El agarró una punta del hilo y –Por esas cosas que se dan a veces entre las parejas- lo tomó del lado del tirador ya mí me tocó el otro extremo. Yo estaba tirada en el suelo, hacía poco tiempo que vivía con Rodolfo, tenía la punta del hilito atravesando mi pecho con la trayectoria imaginaria de la bala, miraba el sol, y decía: “¡¿Cómo llegué a esta situación?!” (Risas), “¿Quién es este loco obsesivo?”; porque estuvimos toda la noche, y yo pasaba del piso a la silla, y de atrás para adelante.
   La cuestión es que, de todas maneras, mas allá de ese loco obsesivo y de cómo llegué yo a ese piso, creo que fue uno de esos momentos en que uno entiende más profundamente cual era su método de trabajo, cuál era su decisión a encontrar la verdad. A eso no renunciaba aunque hubiera un sol despampanante tras la ventana.
   Eso es un trabajo temporal, que probablemente alguno de Ustedes haya leído, la investigación de Quien mató a Rosendo.
   También él, con esa historia, retoma una línea de trabajo en la que fue un innovador; el tipo de investigación periodística que es mucho mas que una denuncia, es dar testimonio.
   Yo no lo conocía cuando escribió Operación Masacre ni cuando investigó El caso Satanowsky, que fue en los años ’50, pero sí compartí con él, desde el primer día hasta el último, toda la otra investigación. No se como llegamos, pero bueno, lo hicimos.
  
   P: A partir de su esencia militante, ¿Cómo vería hoy Rodolfo a la sociedad, y particularmente a la gente joven?, y también su opinión.

   LF: Como si yo fuera una especie de médium... (Risas). A Rodolfo, ahora, ¿Qué le gustaría comer?, y...que se yo, a veces cambian tanto las cosas. Pero con respecto a  ciertas cosas esenciales creo que no hubiera cambiado.
   Había dos partes en la pregunta, yo creo que una de sus preocupaciones, considerando su militancia política, su historia, su compromiso y el rigor crítico que tenía con su propia militancia, una de sus mayores preocupaciones hubieran sido los jóvenes, considerándolos como las otras generaciones que de algún modo reciben como un baldazo, como una carga, el pasado; y como se proyectan al futuro.
   Yo creo que a Rodolfo el problema de los jóvenes...porque le gustaba mucho trabajar con ellos, porque en aquellos años los jóvenes que se iniciaban en periodismo –Supongo que pasa lo mismo con Ustedes- tenían un entusiasmo.... En el periódico CGT había muchos que hacían su primera experiencia, se levantaban a las seis de la mañana con toda esa decisión de ser periodistas en el sentido de conocer la realidad y poder escribirla, transmitirla.
   Yo creo que si, que Rodolfo hubiese contestado..., sobre todo por ese gran corte que hubo acá, que yo percibo y me cuesta entender, de la dificultad de Ustedes de comprender aquella época, y la dificultad de entender determinado tipo de decisiones, como la de preferir morir antes de caer vivo.
  
   P: Sobre el funcionamiento de ANCLA (Agencia de Noticias Clandestina).

   LF: (Corte de cinta)... (Rodolfo) va al Líbano y conoce a los palestinos, quienes tenían su propia agencia de noticias, concebida como agencia periodística no como organismo de propaganda, que trataba de romper la posible monopolización de la información del conflicto de Medio Oriente. Estaba bien organizada y muy avanzada.
   Cuando vuelve Rodolfo lo hace muy entusiasmado y yo percibía que la situación acá, el nivel de enfrentamiento en la lucha política iba a ser cada vez más terrible. Y para él, una de sus obsesiones era romper todo límite de censura o autocensura, entonces pensando como podía seguir evolucionando el proceso político acá, empezó a tratar de ver como sería o podría armarse una agencia de noticias clandestina.
   Después del golpe del ’76 él cuestionaba la concepción de prensa de algunos compañeros de su organización, que pensaban que se podía seguir con una dictadura en órganos de prensa públicos, que iban a dejar informar. Rodolfo consiguió en el ’76 la aprobación para organizar ANCLA, organizada no como órgano propagandístico sino reivindicando la independencia y el valor de la información.
   Generalmente hay una interpretación: Ahora, ¿Cómo funciona la Agencia?. Se supone que funciona en un lugar que no se conoce, sino no sería clandestina. Por lo general hay un local adonde llega la información; yo trabajo en Página/12 con Horacio Verbitsky y a veces hay que cerrar la puerta porque todo llega, y realmente a veces no damos abasto para procesar la información que llega, y canalizarla.
   En aquella época había que canalizar la llegada de la información, Se formó una red de periodistas que trabajaban en distintos medios; esto es incluso un tema que sigue ocurriendo ahora, a mí me pasa que me llama un compañero y me dice: “Esto acá no se puede publicar, pero vos...”.
   Así llegaba la información, por medio de nuestros compañeros. Además nosotros pertenecíamos a una organización, que si bien estaba siendo aniquilada, todavía tenía cierta estructura. Esto significa, por ejemplo, que en barrio Villa Pueyrredon, en un local sindical, donde unos compañeros habían visto tal cosa, o en un lugar de trabajo habían visto tal otra.
   Después, otra fuente –Una de las obsesiones de Rodolfo- era escuchar por onda corta los noticieros de la BBC, Aquí América, Escucha Chile, y de Centroamérica, Francia y Moscú. Las agencias internacionales tenían mejor información que las de acá, aparte de la facilidad para transmitir.
   A las diez de la noche escuchábamos onda corta, Rodolfo sacaba los datos, hacía un parte y lo distribuía.
   De todas maneras, aunque la agencia era clandestina, había un local con tres compañeros, nada más, y se hacían copias como un despacho de agencia, luego se distribuían a las agencias internacionales, a los medios locales y a personas o entidades que pudieran reproducir la información. De esta experiencia quiero destacar que las primeras informaciones que llegaron al exterior sobre lo que estaba pasando aquí, llegaron a través de ANCLA.

   P: (Inaudible).

   LF: Teníamos miedo..., lo que pasa es que no pudimos seguir con ANCLA porque no se pudo mantener esa estructura, y continuamos con Cadena informativa. La consigna final en Cadena era “Derrote al temor, difunda esta información, vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad”.
   Nosotros hemos tenido mucho miedo, a veces a nivel de terror, pero el miedo se puede manejar; uno puede evitar que el miedo lo destruya, lo mate, lo anule; que el miedo te impida seguir viviendo. Eso era lo que nosotros tratábamos, sentíamos miedo pero tratábamos de seguir viviendo. Y seguir viviendo para nosotros, en ese momento; y esto quizás sea difícil de entender, parte de seguir viviendo era ser coherentes a un compromiso que habíamos asumido. Incluso llevar una pelea dentro de la propia organización para tratar de –Ahí es donde vienen los momentos críticos de Rodolfo- poder modificar una concepción, una línea política que nosotros considerábamos, a fines del ’76, que llevaba a la derrota y a la disolución, pero convivimos con eso.

   P: (Sobre las ideas, obras o hechos de RW)...de las ideas hablan sus libros; ahora, ¿Cómo se proyectaban sus ideas en las obras o en los hechos...?; en concreto (N del R: Por fin), ¿Cuál era su participación en la organización Montoneros?

   LF: Bueno, es que cada una de estas cosas...mirá, Rodolfo, durante toda su vida, o desde que yo lo conocí, tenía 40 años; él no había tenido una actividad política de pertenencia a una agrupación o partido político. El había actuado por la libre, movido por su sentido de justicia, la concepción de su oficio, pero no había sido un militante. Recién en el año 1968 empezamos a actuar en una agrupación de prensa.
   En aquella época casi todos, de algún modo, por la gran dinámica de entonces, tendían a tener una participación junto con otros. Teníamos la agrupación y a partir de ahí tomamos contacto con otras agrupaciones políticas más que sindicales y es ahí que formamos parte del peronismo de base. Realizábamos trabajo barrial en la Villa 31, Rodolfo iba a enseñar a los adolescentes, gente muy despojada, a no tener miedo y conseguir un grabador para grabar las reuniones de la villa y que ellos mismos desgrabaran e hicieran un boletín.
   En el ’70 le proponen ser miembro pleno de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), la propuesta de aquellos años de militancia plena era ser un combatiente. Y en aquellos años, si te decían algo así era como un reconocimiento a determinados valores, y así aceptaron muchos, que quizás no estaban preparados para ese compromiso.
   En el caso de Rodolfo, él dijo: “No, no me siento capaz”; pudo ser por miedo ante el riesgo. El no se sentía lo suficientemente preparado, pensaba que podía seguir participando y colaborando desde otro lugar, desde su oficio.
   En la medida en que se fue agudizando el enfrentamiento y los propios procesos en cada uno de nosotros, llevaron a Rodolfo en 1973 a formar parte de Montoneros.
   Pero lo que Rodolfo veía para él...; en mi caso fui una militante más, pero él en eso no se veía, desde lo que era, desde su capacidad y sus limitaciones. Lo que él propone es organizar un área de información e inteligencia.
   Eso es parte de su coherencia. El no iba a pegar un salto a ser de golpe un líder revolucionario que iba a “comandar”; él iba a participar desde lo que sabía, y estuvo siempre trabajando desde la información, en sus distintas instancias.
   (INTERVIENE MORERO PARA EL FINAL)

   P: (Refiere al año 1955).

   LF: Eso es otro lío....Bueno, Rodolfo en el ’55 era antiperonista. Apoyó, con algunas reservas, a la revolución libertadora. Le duró muy poco tiempo por las características de ese gobierno y porque en 1956 escuchó “Hay un fusilado que vive”, y cuando investigó Operación masacre, a los supuestos defensores de la libertad, todo eso se cayó en mil pedazos.
   MUCHAS GRACIAS.   

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